¿Por qué nos besamos?

¡Por fin llegaron la Navidades! Esas fechas en las que reunirse en torno a una mesa y comer con avaricia es todo uno. Esas fechas en las que parece que se va a acabar el mundo y en las que hay que recorrerse todas las tiendas y comprar muchos regalos. Esas fechas en las que la familia se reúne y en las que, en algunos casos, cuando decimos “niño, dale un beso a la abuelita”, al niño no le da la gana y se te esconde detrás de las piernas. Y es que esa tradición de besarnos es muy nuestra. Lo hacemos por costumbre. Pero, ¿por qué besamos?, y ¿qué significado tiene besarse?.

Hay que remontarse algún tiempo para encontrar el probable origen. Concretamente, a la época primitiva. En aquel tiempo el alimento pasaba de la madre al hijo a través de la boca. Algo parecido a como lo hacen los pájaros, por ejemplo. Con el paso del tiempo, esta manera de alimentar al recién nacido fue transformándose en una forma de expresar afecto. Esta evolución, según la zona geográfica y según la religión, no ha sido tan homogénea como cabría esperar. Veamos algunos ejemplos:

En Roma, sin ir más lejos, se besaban para saludarse. A éstos besos los llamaban “oscula”. Actualmente mantenemos esta costumbre sobre todo en Europa y Latinoamérica. Sus connotaciones van desde el simple saludo hasta una felicitación, pasando por un gesto de amistad o una muestra de respeto. Dependiendo del país y de lo que quiera transmitirse pueden darse dos, tres o cuatro besos. Si bien, en un principio, esta modalidad no implica ningún tipo de intencionalidad sexual, si el beso tiene lugar en la intimidad el significado puede variar considerablemente. De hecho, a esto lo llamamos magreo. El magreo, para el que no lo sepa, tiene tres grados: el primero se caracteriza por besos y abrazos, los otros dos le dejo al lector que los adivine.

Pero, los romanos, también fueron innovadores en cuanto al lugar donde besarse. Así, según donde se hacía (la parte del cuerpo) indicaba la importancia de la persona que besaba. Cuanto más importante fueras, más alto se te permitía besar al emperador. En la cara se les permitía a los que eran muy importantes, en la mano a los nobles menos reconocidos socialmente y los que tenían bajo reconocimiento social debían besarle en los pies (¡actualmente, algunos empleados hacen esto con sus jefes!). El beso en la mano dio origen al conocido besamanos de nuestros días, que puede utilizarse para saludar a las mujeres casadas o para saludar al rey y personas de su familia.

A los besos en la boca, los romanos, los llamaron “basia”. Eso de besar en la boca fue del gusto de los franceses quienes, yendo un poco más allá, incluyeron una variante, el beso francés, en el que la lengua acaricia los labios o la lengua de la otra persona. No hay que olvidar que en el siglo VI, nuestro país vecino, tenía por costumbre cerrar cada baile con un beso. Cosa que fue del agrado de los rusos, que acabaron incluyéndolo en sus celebraciones de boda. Esta tradición supuso que el besarse frente a un grupo de personas sirviera para formalizar una relación. Hoy en día la seguimos conservando en el tradicional beso con el que los novios confirman su determinación a ser un matrimonio.

Cruzando el Canal encontramos a los ingleses que se han decantado por tener el dudoso honor de ser los menos dados a besar. ¡Ellos se lo pierden! Unos tanto y otros tan poco. Y ya que hablamos de extremos, el beso más largo de la historia se debe a una pareja que pasó nada menos que 58 horas besándose allá en Tailandia un 13 de Abril, motivo por el que se celebra en esa fecha el Día Internacional del Beso. Hay otra festividad, no tan divulgada, que tiene lugar el 6 de Julio, que es el Día Internacional del Beso Robado. Lo que me recuerda el beso que un marinero le “robó” a una enfermera para celebrar el final de la Segunda Guerra Mundial un 14 de Agosto de 1945. Sin conocerse de nada se hicieron famosos y “eternos” con una imagen que sería portada en la revista Life. Al parecer, la enfermera confesó que no se opuso a ser besada por el soldado como recompensa por haber defendido millones de vidas y haber peleado por ello. Nunca volvieron a saber el uno del otro.

Pero, como decía en el párrafo anterior, la costumbre de posar los labios sobre algo o alguien, tiene significados diferentes según la época o la cultura. Si miramos las diferentes religiones tenemos, por un lado a los musulmanes, que intentarán besar la Piedra Negra siete veces en su circunvalación a la Kaaba. Los hinduistas, que besan el suelo de los centros religiosos. Los cristianos, que besan las cuentas de los rosarios y los crucifijos y se “dan la paz” en un acto que, inicialmente era un beso en la mejilla y actualmente es un apretón de manos. Por otra parte, los católicos pueden besar la mano, el anillo o los pies de cualquier autoridad eclesiástica.

Pero no solo besamos por cariño o respeto. También hay creencias basadas en besos. En algunos cuentos, la Princesa es despertada por el beso de amor de un noble caballero, o la rana que tras el beso se transforma en Príncipe… Quizá, el caso más curioso es el de la Blaney Stone, en Irlanda. Una leyenda cuenta que quien besa esta piedra adquiere el don de la elocuencia. Aquellos que estéis interesados en adquirir esta virtud sólo tenéis que visitar el Castillo de Blarney (condado de Cork), o bien el edificio de Ingeniería eléctrica en el Instituto Tecnológico de Texas (en Lubbock) donde se encuentra otro fragmento de la piedra.

Antes comenté que los ingleses son los menos dados a besar, sin embargo no se han resistido a incluir algunos términos para denotar algunos tipos de besos. Así, tenemos el “necking”, que consiste en dar besos en el cuello. Nosotros a esto lo llamamos “meter cuello”. También está el “makingout”, del que ya he hablado y que no es más que el magreo de toda la vida. El “smooch”, que no es otra cosa que el beso que dura más tiempo de lo normal y que nosotros lo conocemos como “¡cariño, la gente nos está empezando a mirar!”. Hay otro tipo de beso que es conocido de los comics y que es totalmente onomatopéyico, el “smack”, que nosotros lo reconocemos por “mua”. Y, finalmente, el piquito. Este es de invención puramente española. A este, de momento, no se le ha asignado anglicismo alguno, que yo sepa.

Hemos hablado del beso en algunos países pero ¿y en España, qué? Pues en España tenemos a Manolo Escobar que ya cantaba eso de “la española cuando besa, es que besa de verdad”. ¡Probadlo! No se puede expresar con palabras.

Ya sabemos algo más sobre por qué y para qué besamos, pero ¿sólo nos besamos entre las personas? Pues no. No resulta extraño que besemos animales. De nuevo, los ingleses, tienen una palabra para esto: petting. En inglés el verbo “pet” hace referencia a acariciar, mimar…pero “pet” cuando actúa como sustantivo significa “mascota”. Así que “petting” es una especie de juego de palabras que se emplea para decir que besamos a nuestro perro, gato, caballo…

Pero los animales también se besan entre sí. Algunos tipos de aves y mamíferos lo hacen. De este modo se comunican e identifican entre sí y, en algún caso, establece un orden jerárquico.

Como acabamos de ver, lo de besar es algo que hacemos entre las personas, las personas con los animales, los animales entre si…y ¡también las personas con los objetos! Está claro que esto se nos ha ido de las manos. ¿Para qué besar un objeto? Pues normalmente para atraer suerte. Besamos el billete de lotería para que toque o los dados si queremos que nos salga determinada combinación.

Pero esto de besarse, ¿aporta algún beneficio? ¡Muchos!! Al besar liberamos oxitocina, adrenalina y dopamina. Esto supone, resumiendo mucho, sensación de bienestar y una variación en los niveles de presión arterial que hacen que se equilibre el estrés. No sólo eso, mejora nuestra autoestima, se reduce nuestro nivel de colesterol y mejora nuestro sistema inmunológico. Además, en el hombre se libera óxido nítrico. El óxido nítrico es el responsable del éxito de la viagra, no hace falta que siga, ¿verdad?.

Así que, ahora que sabemos casi todo sobre los besos quizá deberíamos fomentarlos más. Un beso no hace daño a nadie y, como acabamos de ver, tiene múltiples beneficios, sobre todo para quien lo recibe.

Seguramente, nuestro hijo, finalmente, le ha dado el beso a la abuelita, y quizá antes de que él se duerma, nosotros le daremos otro. Especialmente divertidos pueden resultar el beso de esquimal, en el que sólo tenemos que rozar alternativamente nuestra nariz con la suya por ambos lados moviendo la cabeza como si negáramos algo, o bien el beso de mariposa en el que abrimos y cerramos nuestros párpados rápidamente sobre uno de sus ojos cerrados. La ciencia no sólo son fórmulas y ecuaciones. La ciencia es intentar comprender y entender lo que nos rodea.

Afortunadamente, nuestros peluches no se besan porque no tienen sentimientos y no pueden adquirir esos hábitos … ¿o si?

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José Alberto Aijón Jiménez

Un comentario

  1. Sergio Fortes Campillo
    Sergio Fortes Campillo

    Me ha gustado mucho la información aportada por este artículo de ciencia

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