Aquellos maravillosos años

Ese fue el nombre que tuvo a una exitosa serie de finales de los 80 y principios de los 90. Pero mi intención no es hablar de series, por lo menos hoy. El título se debe a que se acercan las vacaciones de verano y he recordado aquellos maravillosos años en que viajábamos 5 personas; mi padre, mi madre, mis dos hermanos mayores y yo, en un SEAT 850. Corría el año 1974 y yo tenía 5 años. El primer día de las vacaciones comenzaba con un madrugón a las 6 de la mañana, al que seguía el ritual de colocar el equipaje en el maletero delantero. Equipaje para 5 personas y un mes de vacaciones. Así que, como si se tratara de una versión vintage del juego del Tetris, llenábamos el maletero con el equipaje correspondiente más el cubo, la pala, el flotador… ¡ah! Y la jaula con el pájaro dentro. Ni que decir tiene que no quedaba hueco para nada. De hecho, yo siempre pensé que por eso madrugábamos tanto, porque en cuanto entrara el sol por la ventanilla nos tendríamos que salir del coche. Finalmente, iniciábamos el viaje con la tortilla de patatas recién hecha aportando su olor característico al interior del coche, lo que se traducía en un concurso de ruido de tripas por el hambre que despertaba. Y así, entre unas cosas y otras, el viaje a Gandía podía durar fácilmente 8 horas. Pero no te aburrías. A falta de radio aprovechábamos para hablar de muchas cosas. Tampoco había aire acondicionado, pero no importaba, porque bajábamos la ventanilla. ¿Navegador? Jajajaja, ¡el mapa de carreteras! Con él entre las piernas le ibas indicando a tu padre el camino, con el aliciente de que si se perdía te ganabas una buena bronca, pues suponía parar y preguntar a algún desconocido. Los viajes eran sin duda una aventura en la que todos participábamos, sobre todo porque queríamos llegar cuanto antes a la ansiada playa. Desde luego tenían su encanto, a pesar de que las infraestructuras y la tecnología no estaba tan desarrollada como la que tenemos hoy en día.

Como también tenían su encanto los coches de la época. En aquél momento, la marca por excelencia en

España era SEAT. Y como os he dicho antes, en mi casa teníamos un 850. Pero también estaba el 600. La principal diferencia de estos vehículos con uno actual no creo que os pasara desapercibida: ¡tenían motor trasero! Pero ¿por qué hay vehículos con motor trasero o con motor delantero?

Antes de responder a esa pregunta tenemos que diferenciar entre dos conceptos que, a priori, parecen lo

mismo: tracción y propulsión. La tracción hace referencia a la posición del eje (ruedas traseras o delanteras) que transmite potencia al suelo, mientras que la propulsión hace referencia a la posición del motor. Así, en función de dónde coloquemos el motor y dónde las ruedas motrices podemos encontrarnos con cuatro opciones posibles. De todas ellas, la menos utilizada consiste en disponer un motor trasero con tracción delantera. El Porche 911 la tenía, como también el Dymaxion, que es el que aparece fotografiado en color verde. Pero de este modelo, emulando una cucaracha gigante, sólo se fabricaron tres unidades con dicha configuración. Viendo la fotografía del engendro, ninguno apostaríais una sola rupia a que este vehículo, con capacidad para hasta 11 personas alcanzaba velocidades próximas a los 200 Km/h con consumos muy razonables para la época. Está claro que no te puedes fiar de las apariencias. El motivo de que esta disposición de motor y eje motriz no triunfara se debe a que para llevar la potencia desde el motor hasta el eje hay que disponer un espacio considerable a lo largo de toda la parte inferior del vehículo. Eso conlleva tres inconvenientes; se reduce el espacio disponible en el interior del vehículo, aumenta el peso de éste y, por tanto el consumo, y finalmente, encarece el precio final del coche.

Tampoco es muy utilizada la opción de motor delantero y tracción trasera, más o menos por los motivos

indicados anteriormente. Con la excepción de colocar ese motor delantero longitudinalmente. Esto, como podéis ver en la imagen, se detecta fácilmente por la longitud del morro del coche. Como digo, esta configuración no es muy utilizada, aunque suponga una conducción muy agradable. Esto no puedo decirlo por experiencia propia. He de recordar, para el que no lo sepa, que yo pertenezco a ese selecto club de personas que ahorran todos los meses para poder decir que son pobres. Y los vehículos con esta disposición son BMW, Mercedes, Jaguar…

Así que nos quedan dos posibles combinaciones: con tracción y motor en el mismo eje, ya sea delantero o trasero. En el caso de tener montada la configuración en el eje trasero podemos alardear de vehículo, pues sólo Ferrari, Lamborghini, Porche y alguno más la utilizan en sus vehículos. Es una disposición cara, muy cara, pero garantiza una conducción deportiva que seguro que generará enormes dosis de envidia, miradas lascivas y dosis de adrenalina sin igual. Y si eso no es suficiente, seguro que si pudieras abrir la cartera del dueño te generaría todo lo anterior elevado al cuadrado. Por supuesto… no os lo recomiendo.

Finalmente, resta hablar del motor y tracción delantera. Es la configuración más habitual en los coches

actuales de gama media/alta. Los motivos son varios. Por un lado, todo el peso está montado sobre el eje motriz y eso implica mejor agarre. Hay que recordar que esto, el agarre, no depende de la superficie de contacto, pese a lo que en un principio se pueda pensar. Depende, como ya comenté en uno de mis primeros artículos, de dos factores; el coeficiente de rozamiento y, sobre todo, el peso. El coeficiente de rozamiento, para que nadie se quede en este punto en fuera de juego, podemos asociarlo con el material de contacto. Cuando el material de contacto es muy poco poroso o muy liso el rozamiento es pequeño. Por ejemplo, cuando uno intenta caminar sobre una superficie helada le resulta complicado porque el coeficiente de rozamiento es casi nulo. Pero volvamos a donde lo había dejado. Decía que el agarre dependía de dos factores; uno el material de contacto con el suelo y el otro el peso. Por tanto, a mayor peso mayor agarre. Además, con esta distribución, el vehículo es menos exigente con el conductor. No se requiere tanta pericia como con la configuración anterior.

Pero todo este rollo, venía a cuento de aquellos maravillosos años en los que nuestro SEAT 600 o el 850 tenían…¡motor trasero! Y aquí me surgió la duda acerca de por qué se habían hecho así. Así que pregunté a los que debían conocer la respuesta, y la Dirección de Comunicación de SEAT me respondió esto:

“la causa de que tanto el SEAT 600 como el 850 presentasen el motor en la parte trasera del vehículo se debe a que era la mejor solución para conseguir una óptima relación entre el peso del vehículo, su potencia y sus prestaciones. Hay que resaltar que ambos modelos destacaron por su buen comportamiento en ruta, siendo bastante dóciles y ágiles de manejar, y por su simplicidad mecánica. La fuerza a la rueda se transmitía directamente desde la caja de cambios. Al no ser un eje directriz (el posterior) la suspensión delantera y trasera eran mucho más sencillas que en una tracción delantera”.

Lo que viene a decir que, aunque no había ordenadores, los ingenieros de SEAT sopesaron todas las opciones y se decantaron por aquella que reunía las mejores condiciones en todo. Y así fue como los españoles de aquella época tuvieron la posibilidad de tener un coche, con un precio razonable y con unas prestaciones muy buenas.

En resumen, cuando veáis alguno de los modelos que todavía quedan en circulación del SEAT 600 o del 850, estáis viendo la historia viva de nuestra ingeniería. Una ingeniería más mecánica que la de ahora, que es más electrónica. No digo que fuera mejor, pero sí diría que, quizá, más cercana. Y digo esto porque abrir el capó del motor y meterle mano, como hacía mi hermano mayor armado con una caja de herramientas, el Arias Paz y toda la pasión que sentía por la mecánica, era algo posible. Y ese encanto se ha perdido hoy en día. Ni que decir tiene que hemos ganado en seguridad y prestaciones en muy poco tiempo gracias al desarrollo e implementación de la electrónica, pero ¡maldición!, ahora no se cambiarle ni las bombillas al coche cuando se funden.

¡Hasta el próximo artículo!

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José Alberto Aijón Jiménez

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